La prostituta porteña de fines del siglo XIX compartía la misma situación de sometimiento a una cultura androcéntrica como el resto de las mujeres, lo que se potenciaba por su doble calidad de rebelde y pecaminosa que le hacía perder sus rasgos de identidad en la documentación oficial. Ejemplo de ello es el discurso de la institución policial de las Memorias del Departamento de la Policía de la Capital, de los años 1882-1890, agencia de control social inmersa en el movimiento modernizador de impronta positivista que cundía en nuestro país, que intentaba demostrar orden y eficiencia como organismo recientemente nacionalizado.
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